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EL AMOR A LA NATURALEZA NECESITA EXPERIENCIA DIRECTA

Es difícil, por no decir imposible, encontrar a un niño o niña que no se sienta atraído por el vuelo de una mariposa, o por el comportamiento de una rana en una charca. Esa curiosidad conduce a un aprendizaje científico, más aún si se le ofrece un acompañamiento adecuado y respetuoso. El potencial siempre está en ellos, los adultos solo tenemos que observar y alentarles a seguir sus propios intereses.

Cuando un niño o niña tiene la oportunidad de jugar en la naturaleza, su impulso es apreciar las plantas y los insectos, jugar con el agua de los charcos, palpar la tierra y las piedras. Niños y niñas necesitan experiencias propias y directas a través de la exploración, y esa conexión con la naturaleza surge de forma espontánea.

El niño en la naturaleza debe tener un vasto campo de actividad, tener la oportunidad de nuevas experiencias, emprender tareas algo difíciles y sentir así la satisfacción de un espíritu audaz, que avanza en la conquista del mundo exterior. Entender que la naturaleza es nuestro hogar, es un pilar pedagógico de la educación al aire libre. Cuando el niño o la niña se siente seguro y vinculado al entorno natural, las oportunidades de aprendizaje se multiplican a su alrededor. Jugar en la naturaleza y vincularse con ella no debería ser una excepción puntual, sino un hábito.



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